La justicia se reconfigura: nuevos códigos para el sector empresarial
Ciudad de México, de 2025. –– El 1 de junio de 2025 marcó un punto de inflexión en la historia del Poder Judicial en México. Por primera vez, jueces, magistrados y ministros fueron elegidos mediante voto popular, en un proceso complejo, altamente politizado y con baja participación ciudadana —apenas entre el 12.57% y el 13.32% del padrón electoral. Esta elección, resultado de la reforma constitucional de septiembre de 2024, redibujó la estructura de la cúpula judicial y transformó la dinámica entre instituciones, empresas y operadores jurídicos.
Adrián Pascoe, director de comunicaciones estratégicas y especialista en
Public Affairs en México de SEC Newgate —firma que forma parte del grupo
internacional al que también pertenece la agencia another— ha
realizado un análisis sobre las implicaciones que esta nueva etapa representa
para el ecosistema empresarial en el país.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) vivió una transformación
significativa en su composición. La edad promedio de sus integrantes pasó de 66
a 54 años, reflejando una renovación generacional con consecuencias potenciales
en la interpretación constitucional, la sensibilidad frente a causas sociales y
el diálogo con actores políticos y económicos.
Este giro no es únicamente demográfico. En palabras de Pascoe, también
simboliza un reordenamiento institucional. Mientras el exministro presidente
Arturo Zaldívar llevó la Corte a plataformas como TikTok, donde acumuló más de
un millón de seguidores, su sucesora Norma Piña optó por un perfil más sobrio e
institucional. Hoy, la exposición pública y la exigencia de legitimidad social
son elementos inherentes al nuevo modelo de justicia, apunta el experto.
Existe un consenso entre analistas, según Pascoe, en torno a que el país
enfrenta un Poder Judicial con una marcada carga política. Las nuevas
designaciones obedecen no solo a criterios técnicos, sino también a afinidades
ideológicas con el proyecto gubernamental, lo que modifica las reglas del juego
para empresas e instituciones.
Hugo Aguilar Ortiz, nuevo presidente de la SCJN, mantiene vínculos con
movimientos autónomos y es defensor de los derechos indígenas, lo que podría
suponer tensiones para industrias extractivas o agropecuarias en zonas con
conflictos sociales. Lenia Batres Guadarrama, por su parte, promueve una
narrativa populista y crítica hacia las élites, lo cual podría traducirse en
mayor receptividad hacia causas colectivas y una fiscalización más rigurosa en
litigios públicos.
Yasmín Esquivel Mossa, respaldada por el oficialismo, arrastra
cuestionamientos sobre su legitimidad por acusaciones de plagio, mientras que
Loretta Ortiz Ahlf se distingue por su enfoque en derechos humanos, mediación
obligatoria y justicia comunitaria, ofreciendo un terreno favorable para
empresas con sólidas políticas de responsabilidad social.
María Estela Ríos González, con trayectoria como defensora de derechos
laborales, podría impulsar una línea de activismo judicial en temas sindicales.
Sara Irene Herrerías Guerra, exfiscal de derechos humanos, tal vez incremente
la vigilancia en litigios con impacto ambiental o social.
Giovanni Azael Figueroa Mejía aporta una visión estructuralista y
humanista del derecho, con apertura a esquemas regulatorios novedosos. Irving
Espinosa Betanzo, con un discurso centrado en la eliminación de privilegios,
representa un reto para empresas envueltas en litigios de alto perfil.
Finalmente, Arístides Rodrigo Guerrero García se perfila como promotor de la
digitalización judicial, la ciberseguridad y la transparencia institucional.
Frente a este panorama, Pascoe señala que las empresas que aspiren a
sostener su legitimidad ante esta nueva Corte deberán construir narrativas que
trasciendan lo estrictamente jurídico. El nuevo contexto exige una integración
de valores como justicia social, derechos colectivos, transparencia y
participación.
Más que renunciar a los marcos legales, se trata de complementarlos con
posicionamientos institucionales sólidos y relevantes. Este entorno demanda
mayor sofisticación en la relación de las compañías con el entramado judicial.
Ya no basta con apegarse a lo normativo: es imprescindible comprender las
nuevas coordenadas simbólicas del poder y responder a ellas con inteligencia
estratégica.
SEC Newgate identifica tres líneas de acción inmediatas para que las
organizaciones puedan adaptarse a esta nueva etapa de transformación judicial:
1. Implementar un sistema
de monitoreo permanente de sentencias determinantes y criterios judiciales que puedan incidir
en intereses corporativos o institucionales.
2. Fortalecer vínculos
institucionales con operadores jurídicos intermedios, como jueces de circuito, cuya
interpretación puede ser determinante en la construcción del criterio judicial.
3. Diseñar líneas de
posicionamiento público alineadas con principios como legalidad, justicia y derechos humanos,
que fortalezcan la reputación institucional frente a un Poder Judicial más
expuesto y politizado.
México ha entrado en una etapa inédita en su historia judicial. La
elección directa de jueces y ministros transforma no solo el rostro del Poder
Judicial, sino también las condiciones bajo las cuales las empresas deben
gestionar su legitimidad institucional y reputacional.
En este nuevo contexto, herramientas como la narrativa estratégica, la
lectura simbólica del poder y la construcción de vínculos institucionales
adquieren un peso similar al del marco jurídico tradicional.
Pascoe advierte que el sector empresarial no puede permitirse
interpretar esta reconfiguración como un fenómeno meramente técnico o
coyuntural. Desde su perspectiva, entender las nuevas coordenadas de la
justicia será determinante para mantener el margen de maniobra en un entorno
cada vez más fiscalizado, más visible y políticamente más exigente.
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